viernes, 29 de agosto de 2008

Un millón de círculos

.


Cuando apretara el botón, todo iba a cambiar. Mientras dirigía su dedo hacia el teclado, la Primera recordó cómo empezó la Idea.

Le acababan de despedir del trabajo, y a sus casi cuarenta años, le iba a ser complicado encontrar otro; no tenía muchos contactos, ni era especialmente inteligente ni hermosa. Era una mujer normal, en un mundo hecho por y para el hombre. Sólo una mujer en su situación podría entender la inmensa frustación de tener que sobrevivir en una sociedad cada vez más torpe e ineficiente. Las mujeres como ella no tenían muchas salidas, y se encontraban en un círculo del que no podrían salir.

Ése fue el germen de la Idea: el círculo. Había muchas mujeres insatisfechas, inquietas y malhumoradas, pendientes de las decisiones de los hombres. A veces, se reunían de forma casi inconsciente, y se despachaban de lo lindo sobre cómo estaba todo montado. Bien, eso tenía que acabarse, y el mejor modo era dejar de lamentarse y comenzar a actuar, creando círculos de mujeres que, poco a poco, arrebataran el poder a los hombres. Para ser operativos, estos círculos tendrían que ser de tres mujeres y un hombre; tres mujeres para sentirse en mayoría, unidas y seguras, y un hombre que se reuniera con ellas y aprendiera a respetarlas, servirlas y complacerlas. Quedarían una vez a la semana los cuatro, y discutirían el mejor modo de lograr la primacía femenina.

No había que olvidar el lado práctico: cada mes, el hombre atendería durante una semana a una de las mujeres del círculo, haciendo las tareas domésticas, prodigándole masajes y caricias y cualquier otra cosa o capricho que la mujer precisara. Una semana al mes quedaría libre de compromisos: el tiempo justo para desear volver a servirlas de nuevo.

A su vez, cada mujer crearía dos círculos más, con lo cual, además de estar atendida tres semanas al mes, expandiría los círculos progresivamente. Si todo iba bien, en poco tiempo habría decenas, cientos y miles de círculos, imponiendo con firme suavidad una nueva era ¿El hombre iba a prestarse a todo esto? Que así fuera era imprescindible y absolutamente natural. Siempre había sabido que los hombres habían nacido para complacerlas, sólo había que enseñarles.

No le sorprendió que los círculos se extendieran con rapidez. Ahora, justo en el momento que va apretar el botón que enviará miles de mensajes, sonríe: es la contraseña, la palabra clave que llevan esperando millones de mujeres para iniciar la revolución. Nada podrá pararlas.

Ya pasó todo. Hoy, el Primero plancha con delicadeza su ropa, mientras ella está fuera del hogar, de fiesta con sus amigas.

Y sin embargo, tras tantos meses de preparación, todo depende tan sólo de apretar un botón. “Qué sencillo es todo” -se dice, sonriendo para sí-, “y que difícil nos parece hasta que lo hacemos”. Sin más, pulsa el intro, y en ese instante, la vida también sonríe.

Leer más...

sábado, 23 de agosto de 2008

De mini-vacaciones, órdenes y deseos

.


Este fin de semana, mi dama se ha ido a una localidad costera del Levante, a pasar unos días en un apart-hotel con dos amigas. Tanto ella como yo, de vez en cuando, viajamos por nuestra cuenta. Pensamos que en una relación es sano tener cada uno su espacio, y la confianza mutua es fuerte y cómplice.

Cierto es que si yo salgo de viaje he de procurar dejarle hechas varias comidas, y que me esperan al llegar varios turnos de lavadora extra; del mismo modo, cuando es ella la que viaja, soy el encargado de hacerle la maleta, reservar el hotel y cuantas cosas hagan falta en su viaje, además de gozar de algunas tareas extraordinarias, como hacer una limpieza a fondo o pintar el piso: a ella le encanta encontrarse un cambio tras el viaje, y saber que me he ocupado en satisfacerla mientras ella se divierte.

En esta ocasión, no me ha dejado ninguna instrucción en especial; muchas veces es así. A ella no le gusta decir siquiera “hay que limpiar” si no que, cuando lo piense, ya me haya encargado yo de limpiar. Esto no quiere decir que siempre sea de la misma forma: cuando ella desea algo que yo no le ofrezco, simplemente lo pide. Sin distanciamiento, con cariño. Sabedora de que voy a hacer todo lo posible por llevarlo a cabo.

Porque no pensemos que se trata de adivinar sus deseos, ni de adelantarse a ellos: sencillamente, hay que cumplirlos. No importa que salgan de mí o de ella: una relación de dominación femenina se basa en satisfacer a la mujer, no en recibir sus órdenes. Estar todo el día dirigiendo la vida a un hombre es aburrido, recibir su entrega es cómodo, y es el confort de nuestra dama el premio que ansiamos obtener.

Por eso, un adorador que se precie, ha de ser un hombre activo y dispuesto, que parte siempre del principio que, cuantas menos órdenes, mejor. Y sobre todo, hemos de ofrecernos voluntarios, y desde nuestra libertad, ofrecernos; ella ha de ser consciente de nuestro placer en complacerla, que superamos barreras y convencionalismos con el feliz fin de hacerla dichosa, muy dichosa.

Esta forma de pensar hace subir enteros la complacencia de la mujer, a la par que la predispone a subir los niveles de exigencia. Esto es algo totalmente lógico: si ella ve que cumples con tus tareas y obligaciones de un modo natural, te recompensa demandando más compromiso y dedicación por tu parte. Sí, amigo, es la puerta del paraíso.

Poco a poco, va creciendo en ella el gusto por dominarte, por obtener del árbol de tu entrega los frutos de su bienestar... Y siempre quiere un poco más.

Y es que primero, la mujer prueba. Luego, comprueba lo agradable que es, y guía sabiamente tu adoración hacia ella, hasta que la relación de dominación femenina se naturaliza y sus deseos afloran con facilidad. A esas alturas, ya sabes que tu único deseo es amoldarse a los suyos, sin excusas ni retrasos: no recibes órdenes para cumplir, entregas deseos cumplidos.

Atrás quedan las órdenes, es la hora de la lluvia de deseos.

Leer más...

miércoles, 20 de agosto de 2008

Jugo de verano

.


Saboreo con intensidad la última cucharada de mi yogur y me dirijo a la cocina ¿Dónde estará mi adorador?
Me muevo por la casa como una resbaladiza comadreja; le hallo en el cuarto de baño. Me gusta la escena: arrodillado en el suelo y dándome la espalda, intuyo lo que hace. El sonido del agua y el envase de detergente de lavado manual le delatan. Su íntegra desnudez también.

-Hola, tesoro ¿qué haces?
-¡Hola, mi reina! Lavo tu ropa interior.
-Ahá...me gustan mucho los pétalos de hortensias que has puesto en el cajón...
-¿De verdad? Me alegra que te gusten, era momento de cambiar.
-¿Tienes sed?¿quieres que te traiga algo?
-Me apetece algo de naranja... un zumo o un refresco... si fueras tan amable...
-¡Claro que sí!

Regreso a la cocina, cojo una naranja del frutero y un cuchillo, vuelvo al baño.

-Cariño, mañana podías ir a la peluquería y pedirme hora...¡tengo unas raíces ya!
-Claro, mi reina.
-Y después pasarte por el súper y traer yogures. Se han acabado ¿Has pagado la comunidad?
-Hace una semana mi vida.
-¡Dios!-exclamo con un nudo en el estómago mientras mi adorador se detiene momentáneamente en su labor para mirar hacia atrás-¿se ha tomado el perro la desparasitaria de este trimestre? ¡Mira que nos mandó el e-mail la veterinaria!

Sonríe levemente y no por el hecho de que el perro ya haya tomado su pastilla hace cuatro días, sino porque observa cómo troceo en dos mitades la fruta; vuelve a dirigir su atención al barreño y a su contenido.

-Tranquila, mi princesa; está ya hecho.
-¡Uf! menos mal (me bajo los shorts y el tanga para después quitármelos y dejarlos en el suelo).

Levanto la tapa del bidé y pongo el tapón, después abro el grifo para que el agua templada llene el sanitario.

-Cariño ¿podrías prepararme mañana tortitas para el desayuno? hace un par de días que tengo el antojo, pero al final siempre se me olvida decírtelo.
-¿Con nata o con miel?
-¡Mejor con mermelada! Aunque con la mermelada... ¡pegan más los gofres!
-Pues no hay gofres... tendré que bajar luego en un momento antes de que cierren, aunque esto ya está terminado.
-¡Ah! pues si bajas trae ya los yogures... también podías traer un poco más de chocolate, me comí el poquito que quedaba ayer (me siento en el bidé y procedo a asearme mis intimidades).
-De acuerdo, cariño. ¿Quieres tu jabón?
-Oh sí. Gracias, corazón.

Cojo el bote y procedo a enjabonarme la vulva el perineo y el ano. A continuación, retiro con meticulosidad toda la espuma.

-Cariño...
-Dime, reina.
-El zumo está a puntito...

Cojo la mitad de la naranja y me incorporo sin secarme. Mi adorador se aproxima de rodillas hacia mí y con su lengua recoge todas las gotitas de agua que se deslizan por mis gemelos, muslos e ingles. Cuando se aproxima al sexo, le retiro la cara para exprimirle la naranja en su boca.
Repite la operación, bajando hacia el suelo de nuevo y volviendo a subir. Esta vez, cuando llega a la entrepierna, me doy la vuelta para que, desde delante y hacia atrás, seque mi perineo y mis nalgas.
Levanto mi brazo en el aire con la otra mitad en la mano. Me ve y se separa de mi cuerpo, abriendo su boca. Vuelvo a apretar la fruta y algunas gotitas caen en su boca; otras en su torso y otras en el frío suelo.

-Bueno cariño, si quieres más, ve a la nevera... aunque creo que no hay. Igual tienes que comprar ahora cuando bajes.
-Sí... sí, mi reina.

Le doy un beso en los labios, le acaricio el pelo y me voy al salón. Ya desde allí, y con el libro abierto recuerdo y grito: ¡Tesoro, compra también unas latas de atún! ¡Y por favor, coge mi ropa del suelo y métela a lavar!

Leer más...

sábado, 16 de agosto de 2008

Pewnie

.


INGREDIENTES:
- Una tableta de chocolate negro especial para repostería (utilizar onzas al gusto).
- Azúcar (al gusto, por si se desea endulzar más).
- Helado de vainilla (al gusto una vez más).
- Un adorador desnudísimo y dispuesto a complacernos.

PREPARACIÓN:
1. Derretimos el chocolate al baño maría.
2. Nuestro adorador ha de tumbarse encima de la cama: desnudo, con el sexo completamente depilado y con una toalla debajo para no manchar las sábanas.
3. Dejaremos que el chocolate se enfríe un poco (no demasiado).
4. Verteremos el chocolate sobre el sexo, dejando que el líquido manjar se amolde a las formas específicas e inigualables de “nuestro sexo”.
5. Lo dejaremos enfriar, ahora sí, el tiempo que nos plazca hasta que se solidifique el chocolate (podemos acelerar el proceso abanicando, soplando o produciendo aire con algún utensilio).
6. Colocaremos dos bolas de helado de vainilla en los testículos, aunque, si os gusta mucho el helado, podéis recubrirlo entero de helado (esto también puede ayudar a enfriar el chocolate).

SUGERENCIAS:
Podéis completar con sirope de caramelo o de chocolate (no sólo en el sexo ;-)
También es divertido observar las reacciones del adorador durante la preparación del pewnie, no os las perdáis.
¡El chocolate negro no engorda y está lleno de beneficiosas propiedades para el organismo (mínimo un 70% de cacao)... el pene y los testículos ¡también!

Leer más...

miércoles, 13 de agosto de 2008

Lazo verde: Los DDC (Días de Dedicación Completa)

.

Como hombre entregado que soy, procuro hacerle la vida a mi dama más dichosa, agradable y llevadera. Este principio ha de sustanciarse en un ejercicio cotidiano, lleno de matices y gustosos deberes. Quien haya leído otras entradas de este blog, sabrá que entre ellos están las tareas domésticas, los masajes, el cuidado de su cuerpo… Experiencias maravillosas, que hacen del día a día –y la noche a noche-, un universo mil veces feliz para ambos.


Lo anteriormente expuesto, no quita que se presenten ocasiones en que hay que prestar una especial atención y disposición en todo lo que atañe a sus asuntos. Son días en los que hay que renunciar a cualquier obligación que tengamos: hemos de dedicárselos exclusivamente a ella, desde el primer al último minuto. Son los Días de Dedicación Completa, los DDC.

Habitualmente, los DDC son jornadas agotadoras, en las que rara vez veo a mi dama. Suelen surgir cuando a ella se le plantea la disyuntiva entre la necesidad de hacer cosas y la oportunidad de ocio, entre atender obligaciones o disfrutar de diversiones. En momentos así, la adoración es un regalo para ella: si no estuviera yo, tendría que renunciar a pasar un día agradable.


Por otro lado, los DDC no nacen, se hacen. Suelen principiar en una cena que esa noche ha decidido celebrar con sus amigas en la casa, de la cual soy el encargado de preparar para luego marcharme discretamente “por ahí”, y quedarme esperando un mensaje al móvil para volver, recoger la casa y fregar los platos mientras ella se toma una copita “por ahí”… o con una escapada de fin de semana con estas amigas o con otras, para la que tengo que reservar hotel, planificar la ruta y prepararle la maleta; a partir de ahí, se van acumulando tareas varias, que pueden ser hogareñas –aprovecha cariño que no voy a estar en casa para limpiar a fondo la cocina, limpiar el trastero, lustrar mis zapatos o pintar la habitación-, o exteriores, como gestionar papeleos, recoger prendas en la tintorería o pagarle la cuota del gimnasio; muchas veces, se combinan de ambos tipos.


El nivel de exigencia va subiendo, y es en los DCC donde se manifiesta -de modo más evidente que con cien latigazos-, el inmenso placer que una mujer obtiene mediante la dominación. Primero, por el contraste que conlleva estar atareado hasta el infinito mientras ella disfruta despreocupada; segundo, porque cada vez me exige más y más, hasta encontrar verdadero goce en tenerme pendiente todo el rato de sus deseos, caprichos y órdenes, y finalmente, porque no hay ninguna connotación erótica o sexual –al menos, para ella-, en que cumpla con exactitud sus indicaciones, si no simplemente un purísimo deseo de ser servida hasta la extenuación y un poco más allá.


Dedícate a mí que yo voy a divertirme: este planteamiento es la base de los DDC. El placer de complacerla y de ser complacida, la afirmación práctica, veraz y realista de la dominación femenina, la excitación de servir de modo absoluto, sin pedir nada a cambio… Y un lazo verde que te recuerda constantemente tu entrega, mientras ella se olvida de todas las preocupaciones gracias a ti.

Leer más...

domingo, 10 de agosto de 2008

Intro Lacística

.


Hace poco, le regalé unos pendientes de ámbar y una gargantilla de plata; ella me correspondió con una tira de delgado raso rojo -que además, le salió gratis en la mercería-, cuya función es circundar mi pene, concluyendo en un lacito rojo.


Por tiempo indefinido, he de llevar el pene enlazado, como un regalo perenne, durante todo el día. A ella le divierte mucho verlo así, a la par que manifiesta el control que tiene sobre él.

(Ver entrada: “de lazos y collares”)

Fruto de esta experiencia, se me ocurrió la idea de desarrollar un código de cintas de colores, con el objetivo de que mi adorador satisfaga mis deseos más habituales. Así, ha nacido una nueva disciplina semiótica: la Lacística.

DEFINICIÓN
La Lacística es un sistema de signos que, mediante la elección del color de un conjunto de cintas de raso que se enlazan en la base del pene, transmite al hombre una serie de deseos ideados para la satisfacción de la mujer.

UTILIDAD DE LA LACÍSTICA
Una relación estable de dominación femenina se fundamenta en cumplir los deseos de la mujer. Cuando algunos de estos deseos se conforman como hábitos, resulta de mucha utilidad un código que establezca de forma clara, sencilla y efectiva, cuáles son estos deseos habituales y, en correspondencia con ellos, cuáles son los compromisos que adquiere el hombre para llevarlos a cabo.

Un código de signos que recoja estos deseos ahorra tiempo y esfuerzo, simplificando las labores del hombre y facilitando la complacencia de la mujer.

Así mismo, si este código está cimentado en un símbolo ambivalente que proclame la dominación femenina y la entrega masculina, servirá para subrayar ambos conceptos.

SIMBOLOGÍA, POSICIÓN Y USO DEL LAZO
El lazo representa para el hombre el símbolo de su entrega a la mujer, reforzando de este modo los sentimientos de adoración, entrega y obediencia.

Del mismo modo, el lazo confiere a la mujer un símbolo de poder y dominio sobre el hombre, explicita quien manda en la relación y confirma la realización de sus deseos, caprichos y órdenes.

Para que este símbolo tenga la mayor efectividad, se sitúa en la base del pene; escogiendo una cinta de raso del color decidido, se enlaza con firmeza y suavidad.

Cada color se corresponde con un deseo determinado, que puede ser más o menos concreto. Puede ser establecido para un deseo concreto o una serie de deseos en un tiempo determinado. Pueden combinarse varias cintas de raso, si es gusto de la mujer que el hombre realice varias tareas a la vez.

En el caso de no expresarse un tiempo determinado, mientras dure el mandato de la mujer, la cinta de raso permanecerá enlazada, siendo potestad de la mujer decidir cuándo ha sido cumplido su deseo. El hombre no podrá quitarse la cinta por propia voluntad, y habrá de permanecer con ella el tiempo que la mujer estime necesario (horas, días, semanas).

Será responsabilidad del hombre mantener el lazo, anudándolo de nuevo si se desenlaza, o cambiando la cinta por otra si se deshilacha, ensucia o estropea.

La mujer podrá usar a su antojo, en cualquier momento y lugar, del poder de los lazos.

Leer más...

miércoles, 6 de agosto de 2008

Consejos para el lavado de la ropa delicada

.


Son las prendas más envidiadas y adorables del universo, ya que no sólo están en permanente contacto con sus encantos; también contribuyen a su bienestar y confort más íntimo. Por ello, lavar la ropa interior de nuestra dama es un privilegio inmenso y precisa de una serie de atenciones especiales, que nos dan la oportunidad de demostrar nuestro cariño y entrega.

Para mí, es una excitante ceremonia de adoración. Suelo hacerlo de rodillas, desnudo, entregado en cuerpo y alma a mi labor. Y es que tener y mantener la ropa interior femenina en perfecto estado es una deliciosa obligación del hombre, a la que ha de concederse la máxima importancia ¿Cómo hay que proceder para que nuestro objetivo se cumpla?

En primer lugar, hemos de olvidarnos de la lavadora. La gran mayoría de la ropa interior es delicada: los aros de los sujetadores se pueden estropear, las bragas y braguitas padecen un desgaste innecesario, los encajes sufren, las delgadas tiritas de los tangas se deforman y la elasticidad y la suavidad de las prendas va desapareciendo paulatinamente. Nuestra única y agradable opción es el lavado a mano.

Respecto a las restantes prendas, es aconsejable consultar la etiqueta del fabricante, donde suelen indicar el tipo de lavado adecuado, pero, en caso de duda, usad vuestras manos. Los bikinis y los bañadores, las medias, y por supuesto, cualquier blusa o pantalón que sea especialmente delicada, hemos de incluirlos sin dudar en nuestra lista de lavado a mano.

Para ello, adquiriremos en la tienda detergentes líquidos ideados para lavar a mano (Woolite, Norit), e incluso los más mañosos pueden fabricar un jabón suave, al que añadiremos una fragancia del gusto de nuestra dama. Lavaremos cada prenda por separado, sin mezclarla jamás con ropa de otros colores. Con mucho cuidado y siempre dentro del agua, la frotaremos suavemente con nuestros dedos; nunca frotes entre sí las partes de la prenda, y menos contra una superficie dura. Finalmente, asegúrate de que no queda en ella rastro de jabón y procede a su aclarado -nunca a su remojo-, con el grifo de agua abierto. Con precisión y tacto, las colgaremos a secar, cuidando siempre de no colocar las pinzas en sitios que después pueden quedarse marcados por las mismas. Tras haber tendido las prendas, aplicaremos una crema a nuestras manos. No olvidad que ellas son las encargadas de dar masajes, y han de estar suaves y hidratadas ;-)

Finalmente, una vez secas, las doblaremos y guardaremos con mimo y orden en los cajoncitos del armario o de la mesita de noche acondicionados al efecto. Podemos forrarlos con papel de seda, y añadir flores secas con alguna fragancia, siempre muy suave. Esta fragancia la podemos cambiar en cada estación del año.

Podéis solicitarle el privilegio de ponérsela cuando se vista. Hacedlo sin rozarle siquiera la piel, no hagáis de una oportunidad de adorarla una excusa para un toqueteo fugaz: es vuestra diosa, y como tal tenéis que tratarla. Contened vuestros impulsos y seréis hombres felices y mejores servidores.

Tampoco estaría mal que de vuestro presupuesto salga siempre el gasto que conlleva comprar ropa interior. Es muy estimulante adquirir prendas que luego enmarcarán los encantos de nuestra dama y nos hará prestar atención a sus gustos en colores y formas.

Espero que estos consejos os sean de ayuda para poblar de sonrisas los rostros agradecidos de vuestras diosas. Ellas se lo merecen.

Leer más...

domingo, 3 de agosto de 2008

Sweet about me

.
If there’s lessons to be learned... Gabriela Cilmi, cantante australiana, nos deleita con "Sweet about me".
.

Leer más...

viernes, 1 de agosto de 2008

Entrevista de trabajo

.


- Octavo piso.

- Muchas gracias.

Ana entra con paso firme en el ascensor. Pulsa el botón y se despide con una media sonrisa del conserje, que observa admirado su belleza y seguridad. Cuando la puerta acaba de cerrarse, se apoya contra la pared, fatigada. Suspira profundamente.

Es la cuarta entrevista que tiene esta mañana. Tiene los pies cansados, le empieza a doler la cabeza. “Verdaderamente, no hay peor trabajo que buscar trabajo”, se dice, mientras abre la boca y contempla en el espejo sus cinco empastes; se los ha hecho recientemente. Hace un par de meses, cuando no sospechaba que la empresa iba a quebrar.

“Anita, hija, tú al menos eres joven, pero yo no soy nada. A ver adónde voy, con cincuenta y dos años” - le decía el gerente, Julio-, “Demasiado viejo para aprender y demasiado joven para jubilarme”. Sin embargo, Julio ha logrado colocarse; lleva la contabilidad de una cadena de supermercados. Cobra la mitad que antes y curra el doble, pero puede cotizar. Este hecho le ha dado a Ana muchas esperanzas, y se ha lanzado a buscar trabajo con voracidad.

Un timbre le avisa que ha llegado al octavo piso. Avanza por el vestíbulo. Llama a una puerta donde hay un letrero que dice “SELECCIÓN DE PERSONAL”. Nadie le abre ni se dirige a ella. Observa con detenimiento el cartel y encuentra escrito a mano “PASE SIN LLAMAR” Está claro que alguien se ha cansado de abrir y cerrar la puerta; eso indica que dentro ha de haber más personas de la esperadas…

No se equivoca. Entra con decisión, y ve una habitación atestada de mujeres de su edad, quizás haya unas veinte. Ana saluda cortésmente. Nota como la miran, de arriba abajo, y nota en sus miradas más simpatía que rivalidad. Veinte mujeres de veintantos años, llegadas de distintas entrevistas de trabajo, cansadas de competir y ser más guapa y lista que ninguna. Qué se jodan los sociólogos y los sicólogos de empresa. Ella no odia a nadie.

No hay un asiento libre. Los tacones le están matando, así que se apoya contra la pared. Coge una revista y la va hojeando. Con el rabillo del ojo, observa la habitación. Es alargada, con una docena de sillas dispuestas a lo largo de la pared. Varios pósteres enmarcados de lugares exóticos adornan la pared, pintada de azul marino. Al fondo, a la izquierda, la puerta que conduce al despacho de la entrevista.

La puerta se abre y cierra varias veces; por fin, Ana coge asiento. Parece que es la última, detrás de ella no ha venido nadie más. Se muerde los labios; le encantaría fumarse un cigarrillo, pero sabe que no debe. Si al menos pudiera descalzarse…

Pasan las horas. Sólo quedan tres chicas delante de ella. Ana procura distraerse pensando en mil cosas. Ha leído todas las revistas, se ha bebido la botellita de agua mineral que llevaba en el bolso, ha ido dos veces al baño – donde ha encendido dos cigarrillos, les ha dado unas caladas y los ha tirado-, ha viajado por todos los destinos de los pósteres. Por un instante, un sólo momento nada más, cierra los ojos.

Cuando los abre, se encuentra a un joven mirándole con curiosidad. Ana se sobresalta y mira a los lados. No queda nadie en la habitación, a excepción del sonriente joven, que le dice:

- Eres la última.

Ana sonríe. Se siente pegada a la silla. No sabe qué decir; sí sabe qué pensar: “¡Mierda, mierda y mierda!, se dice.

- Es normal – le tranquiliza el joven-, a mí también me pasó una vez. Lo mío fue mucho peor; tú no roncas, pero yo…

Ana se ríe. El joven es atractivo. Lleva unas gafas algo anticuadas, que enmarcan unos ojos verdes oscuros. Viste un sencillo traje de chaqueta azul, camisa blanca y corbata roja. Nota con agrado que tiene unas manos preciosas, bien cuidadas.

- Ven, mientras hacemos la entrevista nos tomaremos un café…
- ¡Uf! – le responde Ana- Será mejor dejarla para otro día, no estoy en condiciones.

El joven le mira, analizándola. Parece que va a decirle algo; al final, se encoge de hombros, y le dice:

- Cómo quieras. Apúntame tu nombre y teléfono.
- Claro… ya me llamarás – le dice Ana, poco convencida.
- Yo siempre llamo.
- ¡Por supuesto! Bueno, adiós y buenos días, tardes o lo que sea, le responde Ana.
- ¿…Cómo te llamas?

Ana se levanta. Siente el pie izquierdo dormido. Mira directamente a los ojos del joven, y le dice:

- Mejor te llamaré yo. Tengo otras ofertas que considerar.

El hombre se queda sorprendido, los ojos muy abiertos. Ana sonríe y satisfecha de sí misma, se gira y emprende el camino hacia el ascensor. Ahora él la mirará, se fijará en su culo, en el vaivén de sus caderas y se quedará prendado. Se volverá loco buscándola, y si no es muy torpe, encontrará su nombre y su currículo. Ha tenido el golpe de suerte que esperaba.

No ha dado cuatro pasos, cuando trastabilla. Soltando un grito, logra agarrarse a una silla. Aún así, se cae. El joven se acerca a atenderla. Le levanta, y le sienta en la silla. Le acerca un vasito de plástico con agua, del que ella bebe unos sorbitos. Ana siente arder el tobillo. Con gesto de preocupación, el joven se agacha ante ella, y le examina el pie.

- Parece que no es nada… Déjame ver, tengo algunas nociones de fisioterapia…

Ana se quita el zapato. Le entrega el pie, colocándolo sobre el muslo de él. Con delicadeza, el joven palpa el tobillo. Recorre con suavidad el empeine del pie; Ana siente un dulce estremecimiento.

- Tienes unas manos muy bonitas, le dice.
- Y tú unos pies preciosos, le responde el joven.

Entonces, ocurre. Se miran la una al otro; una con picardía, el otro con ansiedad. Ceremoniosamente, como quien descorcha un momento de placer embotellado, el joven besa el pie. Ana cierra los ojos y sonríe.

El joven sigue besándole con delicadeza, diríase que pidiéndole permiso. Poco a poco, desciende hasta los dedos, a los que también cubre de besos. En tanto, descalza a Ana del otro pie y comienza a realizar una exquisita maniobra conjunta; mientras besa uno, aplica un suave masaje al otro, desde el tobillo hasta los dedos. A Ana sólo le falta ronronear.

Con cuidado, el joven elige un pie, lo levanta y lo lleva hasta su boca. Ana siente el tacto húmedo y sabio de su lengua recorriendo la planta, despertando terminaciones nerviosas, desterrando toda la tensión acumulada. De los pies de Ana nacen alas, y sus sentidos emprenden el vuelo.

El joven, goloso, lame y relame la planta, chupa los dedos uno por uno… A veces pone la lengua como una flecha y recorre los huecos entre los dedos, otras veces es una alfombra húmeda y suave que se desliza por la planta. De tarde en tarde se detiene, y le presta a sus manos lo que su lengua cuida con tanto mimo; lo que hacen las manos resalta el trabajo de la lengua, lo que hace la lengua hace casi olvidar el trabajo de las manos.

Curiosa, busca más allá de los muslos del joven una respuesta, y encuentra un bulto duro en la entrepierna, rebelde y excitado. Apoya un pie sobre él y divertida, dice:
- Oye, ¿cómo te llamas?
- Roberto.
- Vale, Roberto, pues Ana te pide que te bajes los pantalones.

Roberto obedece y, un poco avergonzado – sin dejar de estar arrodillado, lo que hace el strip-tease un poco cómico- le descubre un sexo de muy buen ver, grande y poderoso. Ana siente un arrollador impulso de poseerlo y, en tanto que Roberto le succiona solícito, ella con el pie libre le da pataditas, lo pisotea e intenta arañarlo. Entre risas, Roberto le revela que el castigo parece gustarle, pues se aplica más aún a su deliciosa labor y su polla se endurece aún más. Parece que fuera a estallar. Pero Ana no desea que acabe tan pronto la función y vierte el vaso de agua en el sexo de Roberto, que gime excitado.

Lejos de doblegarle, el agua parece haber hecho entender a Roberto que ha de proceder con más calma. Su pene sigue erecto y aguanta con descaro las acometidas de Ana; Roberto se muestra más preocupado y dedicado a satisfacerla. Pasan los minutos. La tarde parece llegar a la oficina, los objetos van quedando en penumbra y Ana, por primera vez en su vida, no corre gracias a sus pies, si no que se corre gracias a ellos. Bueno, y también a Roberto.

Exhausta se levanta y acaricia la cabeza de Roberto. Le da un ligero beso en los labios, se incorpora y se deja poner los zapatos. Se levanta y se dirige a la puerta, dejando a Roberto avivadísimo y entregado. Ana sonríe y, con la puerta ya abierta, le dice:

- Bueno, ya me llamarás.

Y sin darle la oportunidad de replicar, cierra la puerta y se va.

Leer más...