viernes, 19 de septiembre de 2008

De leonas y gacelas

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Me despierto en torno a las once de la mañana. Primero voy al cuarto de baño y después a la cocina. Con el estómago lleno, regreso al dormitorio y subo la persiana; él, poco a poco, intenta abrir las suyas.

Me abalanzo sobre su cuerpo, como la leona lo hace sobre la gacela, y cubro su rostro con una capa de besos y caricias... ¡qué morbazo tiene por la mañana!

-Mhhh... ¡raspas!
-Lo sé. Tendré que afeitarme, no quiero dañar la aterciopelada piel de esa carita tan bonita.

Con una sonrisa, retiro las sábanas y contemplo su torso mañanero. Mis manos ejecutan la exploración y reconocimiento de cada poro de su piel, hasta que llego a una superficie de algodón y poliester que retiro suavemente... ¡debajo, el sol! Ahora sé el porqué de este día tan nublado y lluvioso.

Me desnudo y me sitúo encima de él. Recuesto mi cuerpo sobre el suyo y beso su cuello; puedo sentir su expectación, sus leves jadeos, su deseo... Acaricio sus brazos, pellizco sus pezones. Casi sin darme cuenta, y después de un rato, mi pelvis comienza a balancearse.

Me gusta masturbarme sobre superficies que sean lo suficientemente rígidas como para que mi clítoris pueda estimularse, pero no tan duras como para que puedan dañarme. Por tanto, debe debatirse continuamente entre la relajación y el control, entre su placer y el mío: que, al final, se traduce en el mío.

Mi vulva lava la cara de su miembro con mi excitación; el glande es la mejor parte para los movimientos circulares.

Ahora me apetece colocar las piernas en posición de rana debajo de la suyas, ahora me apetece que las levante de nuevo y me deje estirarlas. Ahora me apetece que me acaricie un poco, ahora que se quede quietecito.

Estiro mis brazos por debajo de la almohada y meto mis dedos entre el colchón y la cabecera de la cama; aumento el ritmo con energía y empiezo a sudar. Mis caderas imprimen un brusco balanceo a todo su inmóvil -pero a la vez- dinámico cuerpo.

Todo mi organismo está en tensión, sobre todo mi acelerado corazón: pareciera que corro una maratón, y realmente es el sprint lo que hace que me corra.

Mi cuerpo se estremece entre exquisitos latigazos. Mi vulva se convierte en una húmeda ventosa que se adhiere al miembro. Seguro que los vecinos de la pared contigua pueden oír mi respiración.

-¿Puedo afeitarme ya?
-¡No sólo puedes, sino que debes, cariño!

1 comentario:

Fernanda dijo...

Hola, Dama

Excepcional y original modo de obtener placer.

Muchas gracias por compartir con nosotras tu imaginación.

Besos,
Fernanda.