miércoles, 11 de junio de 2008

Cuitas de la intimidad







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HACE UNA ESPLÉNDIDA TARDE DE DOMINGO. Ella se siente feliz y optimista. Se ha dado una ducha refrescante y se ha embadurnado con una colonia que lo es aún más.

Vaqueros desgastados, zapatillas de suelas despegadas y... ¡hoy no se pone sujetador! piensa mientras se aplica un poco de rímel en las pestañas.

Ha quedado con Fede Mantovani; ese excéntrico ítalo-español, amante de las pequeñas obras de teatro, las tapas, la nicotina y sobre todo de las mujeres con carácter.

A ella le vuelve loquita y además hace dos meses que no le ve; por tanto, deberá emplear toda la artillería pesada.

Coge el bolso, las llaves y cierra la puerta de su casa tras de sí.

La vivienda está silenciosa, ni siquiera el sonido de los relojes perturba el equilibrado sosiego, porque no existen. A ella no le gusta controlar el tiempo cuando está en su espacio.

De pronto, el primer cajón del sifonier de su habitación se abre como por arte de magia: un sujetador, blanco y de encaje, se sitúa de un brinco encima de la cama.


La delicada prenda se despereza estirando ampliamente sus tirantes:

- ¡Ésta hoy ha salido a matar, porque no se ha pasado a visitar el cajón en todo el día!

Un culotte colorado y contagiado por una varicela blanca, se coloca en el borde del cajón:

- Pues no te creas que lo tengo yo tan claro, porque se ha dejado a éste aquí.

Con aire distraído, mira de reojo al interior del cajón: un tanga tímido y menudo, de color gris y estampado de piel de serpiente, se asoma con sumo sigilo al exterior, tomando su puesto al lado de su llamativo amigo rojo.

- ¡Hijito!- exclama el suje-, cada día estás más canijito y consumido. Si al hecho de que ya eras así, le añadimos los centrifugados, un día te nos vas a quedar en el chásis.

- Bueno, ya sabes el contraste que imprimen las mujeres a la ropa interior según sus gustos; abajo no les hacemos falta, y arriba optan por las voluptuosidades.

El sujetador muestra con orgullo sus abombados rellenos y sonríe.

- Sí, sí... pero a la hora de la verdad, parece ser que lo natural tira mucho más -apunta la braga con ironía.

- Bueno, bueno... tampoco los culottes jugáis tanto protagonismo, pues tapáis demasiado-se defiende-, sois extraordinariamente aparatosos.

-Pero muy funcionales -declara-, somos como el mejor amigo que no traiciona sino todo lo contrario; mantenemos en su sitio las redondeces que se adquieren a lo largo del año, y no las dejamos en evidencia como el tanga. ¡Oh! discúlpame amigo, pero convendrás conmigo en que no siempre una mujer desea sentirse descubierta a la pasión, sino verse estilizada.

- Cierto, cierto -asiente "el pitón"-, hay días en los que los culottes aportáis calma y serenidad.

- Bueno -contraataca con énfasis la a-BRA-bada prenda-, gracias a nosotros, la mujer puede lucir las redondeces en sitios más estratégicos como los pechos. Y que no posee, de por sí, cuando se desentiende de nosotros...

- Ya claro, tampoco entiende mucho de "redondeces estratégicas" el individuo que se postra ante ella y los observa desnudos desde la fría lejanía abaldosada.

Si no fuera porque hablamos de trozos de tela tintados, se podría decir que el sujetador se está tornando más rojo que el culotte.

- ¡ A ti sólo te saca del cajón cuando está con la menstruación !

- Y tú eres un hipócrita mentiroso que no va con la verdad por delante...¡bueno por delante sí que vas!

- Te compró tirao de precio en las rebajas...

- Y tú le causaste tal agujero en el bolsillo, a pesar de ir acomodado en las tetas, que ni yo jugueteando con una aguja de ganchillo.

- ¡Vale, vale! -se hizo escuchar el tanga-, Amigos, seamos honestos; la mujer es hermosa por naturaleza, simplemente por el hecho de haber nacido como tal.

Cualquier hombre cuerdo, que se defina como amante de la vida y de sus rasgos más bellos, sucumbirá ante una mujer que muestra sin miedo sus cualidades, y ante eso no podemos hacer nada más que resignarnos.

- Cierto, sin duda alguna.

- ¡Ya lo creo que es así!

- Eso no quiere decir que nosotros no aportemos nada de sustancia a la salsa de la seducción y a la menestra de la practicidad, que acompañan al plato principal.

El culotte y el sujetador se miraron y sonrieron.

Nuevamente, el sonido de la puerta principal, seguido de una ruidosa tormenta de carcajadas y murmullos, les puso en alerta, haciéndoles regresar a su preciado espacio de madera.

Al cabo de cinco minutos el cajón se abrió, y nuestra protagonista introdujo a toda prisa un conjunto de braga y sujetador a rayas de colores. A continuación cerró el cajón, y no transcurrió mucho tiempo hasta que se pudieron escuchar las risas renovadas y los muelles de la cama.

Los nuevos visitantes se incorporaron enérgicamente y comenzaron a insultarse:

- ¡Papanatas!

- ¡Falso!

Ya ves -susurró el culotte-, para lo que les va a servir...Con suerte conseguirán que les de el aire entre semana.

El tanga y el sujetador asintieron.

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