viernes, 31 de octubre de 2008

Un restaurante muy especial (y 2)

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No tardó mucho en regresar el camarero, acompañado del foie y dos apuestos compañeros. Para sorpresa de Paula, se pusieron una venda sobre el antifaz, y se colocaron bajo la mesa, sentadas frente a ellas.

- Si gustáis de descalzaros... dijo el camarero.

Bastante cortada, Paula fue animada por su amiga a hacerlo. Con suma delicadeza, sintió que unas manos comenzaban a acariciarle los pies.

Paula probó el foie. Era divino, un trozo de cielo naranja que se deshacía en la boca. Al tiempo que lo degustaba, sintió la lengua del hombre lamiendo sus pies, lo justo para excitarla y permitirle seguir comiendo... Las amigas apuraron la botella de Monopole con rapidez. Cuando regresó el camarero a retirar los platos, Paula jugaba con el sexo de su lamedor, pisoteándolo y dándole golpecitos, sorprendida al no escuchar la menor queja, divertida al comprobar que estaba duro y agradecido.

- ¿Es todo de vuestro gusto?, preguntó el camarero.
- Mmmm... -dijo Paula.
- Estupendo -contestó el camarero. ¿Habéis consultado la carta?
- Sí. Yo quiero Una chantoisse de bogavante con un touch-tounge... Paula, ¿lo mismo?
- Ahá. Y otra botella de Monopole, respondió Paula.

El servicio era eficaz, y al punto, regresó el camarero con lo solicitado. Con discreción, accionó un mecanismo en la silla, y Paula notó como el asiento se abría levemente. Sintió que su sexo entraba en contacto con el perfumado aire de la sala, pues siguiendo los consejos de su amiga, había acudido a la cita con una falda de amplio vuelo y sin ropa interior.

- Colocaos en posición, ordenó el camarero a sus compañeros.

Sin hacer ruido, casi coreográficamente, los dos hombres apoyaron sus cabezas en unos mullidos respaldos, que venían a situarse justo debajo del sexo de las comensales; ahora entendía Paula el diseño de las sillas.

El placer volvió, intenso y creciente. Verdaderamente, estaban bien adiestrados en el arte del cunnilingus. Paula podía deleitarse con la espléndida comida y, a la par, sentir un sosegado y poderoso goce entre sus piernas. Era como volar en una alfombra mágica, mientras el viento jugaba con el sexo.

Llegó la hora del postre, y los hombres se retiraron, empalmados y relamiéndose. Su amiga había requerido una cookie strap para finalizar la cena, y Paula rió divertida cuando apareció un hermoso joven con una bandeja de variadas galletas de chocolate -humeantes y ardientes-, y una selección de consoladores y pinzas. Sin decir nada, se situó encima de la mesa, boca abajo, y el camarero repartió por su cuerpo las galletitas. Los consoladores y las pinzas quedaron al alcance de ellas, que lo pasaron muy bien jugando con el culo del joven, metiéndole los consoladores, en tanto que degustaban las galletas. Era increíble lo bien que estaba educado el culo, que admitía y acataba todas las formas y tamaños sin rechistar. Paula tuvo una idea, que pronto secundaron su amiga y el resto de las comensales; las pinzas las guardaron para el camarero, que pronto lucía -sobre todo en sus testículos y en el sexo-, un gran número de ellas.

- Vaya, qué pronto te has soltado -le dijo riendo su amiga.
- Me cuesta un poquito, pero cuando lo hago, me lanzo.
- ¿Sabes lo que más me gusta de este restaurante...?, le interpeló su amiga-, Lo que disfrutan los tíos entregándose... y que no pueden disimularlo; ¡menuda erección tienen todos!
- ¡Brindemos por los hombres desnudos y serviciales!, dijo Paula, satisfecha y feliz.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mmmm, exquisito. Ya le he dicho a I que en cuanto me entere de que abren un restaurante así la voy a llevar.

Anónimo dijo...

Seguro que más uno pagaríamos por trabajar en ese restaurante. Quien sabe si algún día se abrirá un resturante así, seguro que hace años nadie podía imaginar que iba a haber bares para gays o lesbianas por ejemplo.