domingo, 5 de octubre de 2008

Un restaurante muy especial (1)

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– Vamos.

Silenciosamente, las puertas se abrieron, descubriendóle a Paula un mundo nuevo. Ante lo que contemplaba, no pudo evitar sorprenderse, y mostrarse algo inquieta.

– La primera vez que entré, también me pasó igual -le tranquilizó su amiga-, una vez transcurridos unos minutos, lo verás como lo más natural del mundo ¡Y te aseguro que engancha!
– No lo dudo -le respondió Paula, mirando en derredor suya- Además, está decorado con mucho gusto.
– ¿Tú crees? Demasiado moderno para mi gusto, a mí me van las cosas más tradicionales.

El restaurante era, en efecto, un prodigio de formas sencillas y rectas. Predominaban el blanco y azul, que otorgaban a las mesas enormes, a las sillas de curiosa construcción, un punto de suave frialdad. Las luces indirectas, el levísimo rojo de los manteles y los variados colores de platos y vasos, atemperaban esta sensación, y predisponían a pasar un rato divertido.

– Vaya, qué bien huele -observó complacida su amiga-, me encanta como cuidan los detalles aquí.

Paula, con disimulo, derramó una mirada sobre las mujeres que en ese momento, semillenaban el restaurante. Hablando en voz baja, o ensimismadas en sus platos, escuchaban la deliciosa música que un dj guisaba para sus oídos. Curiosamente, cenaban sentadas de tal forma que no tenían nadie enfrente o al lado. Al verlas, instintivamente, Paula se llevó la mano a su rostro, ajustándose el antifaz azul que les habían dado en la entrada. Su amiga se rió.

– No te preocupes, que sigue en su sitio. Es la norma principal de la casa; aquí no hay identidades, sólo personas que cumplen sus deseos... Como éste que viene a atendernos.

Hasta los dos amigas se acercó un camarero, que llevaba también el antifaz, aunque en su caso, había dos cosas que cambiaban respecto a ellas; su antifaz era blanco e iba completamente desnudo.

– Buenas tardes -les saludó el camarero-, si gustáis de acompañarme...

Dejándolas pasar primero, el camarero les condujo a una mesa, y les retiró las sillas con presteza y naturalidad. Las amigas se sentaron, y fue entonces cuando el sexo del hombre quedó a la altura de sus ojos. Era grueso, y estaba depilado; el nombre del local estaba escrito sobre el pubis en letras azules.

– Bonito miembro -dijo su amiga.
– Gracias. ¿Deseáis en el aperitivo algún servicio especial?
– ¿Servicio especial? -repitió extrañada Paula.
– Mi amiga es la primera vez que viene -explicó su amiga.
– ¡Oh, bienvenida! Me atrevo a sugerirte una foie de ahumados con mermelada de eneldo, acompañada de un feet paradise.
– ¡Perfecto! -se adelantó su amiga-, traes lo mismo para mí. ¿Qué vino nos recomiendas?
– Un Monopole fresquísimo.

El camarero se retiró, llevándose prendidas en su culo dos miradas. Suspirando,le dijo su amiga:

– ¿Está rico, eh? La selección para servir aquí es muy estricta.
– Ya veo, ya. Oye...
– Calla y espera.

(continúa en "Un restaurante muy especial (2)")


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