viernes, 4 de julio de 2008

De lazos y collares

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En nuestra relación, los símbolos tienen importancia.


Nos gusta que vayan surgiendo, de modo espontáneamente calculado. Los hay de muchos tipos y, en particular, nos atraen los símbolos complementarios, que dicen mucho sin gritar nada.

Un ejemplo sería el binomio vestida/desnudo–desnuda/vestido. En casa, ella va como le apetece -que suele ser vestida-, y yo voy como ella quiere, que suele ser desnudo o con los bóxers nada más. Ella disfruta de mi cuerpo, y yo disfruto de ofrecérselo... y de adivinar cómo es el suyo.

En cambio, en la calle, a ella le gusta a veces ir sin ropa interior, y si surge la ocasión, exhibirse. Yo tengo expresamente prohibido mostrar mis encantos. Su cuerpo le pertenece, y se lo puede enseñar a quien le plazca; el mío también le pertenece, y sólo ella puede gozar de él.

También podríamos hablar de cuando ella se tumba en el sofá mientras yo hago las tareas domésticas, o sobre su sexo velludo y mi sexo depilado. Estos símbolos van marcando que su placer y comodidad son lo primero, que así lo hemos acordado y en esa línea seguimos avanzando: cada símbolo que se agrega, afianza su dominación y mi entrega.

En los regalos que nos hacemos, también experimentamos la simbología de la complicidad. Me encanta hacerle regalos, de todo tipo. A ella, por supuesto, le encanta recibirlos. Ella también me obsequia -con certero gusto y criterio-, si bien muestra una encantadora tendencia a dejarse agasajar: mi prodigalidad la encuentra deliciosa.

Entre los regalos que suelo hacerle, acostumbro a regalarle pendientes, collares y demás piezas de bisutería y joyería, que ella luce satisfecha. Hace poco, le regalé unos pendientes de ámbar y una gargantilla de plata; ella me correspondió con una tira de delgado raso rojo -que además, le salió gratis en la mercería-, cuya función es circundar mi pene, concluyendo en un lacito rojo.

Por tiempo indefinido, he de llevar el pene enlazado, como un regalo perenne, durante todo el día. A ella le divierte mucho verlo así, a la par que manifiesta el control que tiene sobre él. Puede hacer con él lo que guste: denegarle la eyaculación, estrujarlo, embadurnarlo de helado, o ponerle un lacito.

Y así, ella va engalanada por fuera con los presentes de su adorador, y yo voy enlazado por dentro con el capricho de mi dama.

4 comentarios:

Fernanda dijo...

Delicioso este post! Me encanta ver como el adorador disfruta tanto de su entrega y del control que ella ejerce sobre él.

Me resulta divertido y excitante.

Anónimo dijo...

Mi chica sabe de mis gustos sumisos pero no le va este tema. A veces le he planteado que me gustaria depilarme el sexo, pero ella no me deja. Leyendo vuestro relato siento envidia.
Para mi que el sumiso o adorador lleve su sexo depilado, y supongo que debera mantenerlo sin pelo con cierta frecuencia, me parece una muy buena idea de cuidar su cuerpo pensando en que esté agradable y atractivo para su mujer.
Enhorabuena por este blog tan bonito y poético.
Juan (pepa)

La dama y su adorador dijo...

Nos alegramos de que hayáis retornado y de que el blog siga siendo de vuestro agrado chic@s.
Lo de la depilación no tiene porque ser continuado, pero sí es cierto que de vez en cuando, disfrutar de un apetitoso hombre depilado, no le viene mal a nadie...jeje.

Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

Un servidor, hace años, cuando no tenía pareja estable, alguna vez me depilé el sexo, y recuerdo muy excitante ese rato, primero me recortaba todos los pelos con tijeras, luego algo de jabón de afeitar y la maquinilla. Lueso era excitante sentir los calzoncillos, o las braguitas, tocando directamente mi sexo, y en los días posteriores también me recordaba mi carencia de pelo los picores de los pelos que querian salir de nuevo. En aquella época visité algún ama profesional con mi sexo depilado, pero esa es otra historia...