viernes, 11 de julio de 2008

A mis pies

o


¡Qué despreciable!¡qué asco de vida!¡lo que hay que aguantar!¡si no fuera porque lo necesito, iba yo a soportar todo esto!... Son las típicas expresiones, que una suele gritar a los cuatro vientos mentalmente cuando ha tenido un mal día.


Los días categorizados como malos o patéticos, son los más apropiados para proyectar nuestros deseos de despotrique hacia los seres que más queremos. Nos ciega la rabia y la impotencia y por tanto pecamos de monstruosidad femenina.

En esos días, es cuando más agradezco tener a mi adorador; la mala leche por las nubes y la autoestima por los suelos. Para más inri, el buzón está lleno de facturas sin pagar.

Al cruzar la puerta, mi domicilio deja de ser tal, para convertirse en mi paraíso-morada.

Entro ardiendo; desprendiendo llamas y cenizas. Poco a poco, el frescor de la menta y la fragancia de los pétalos de rosas me calma y serena.

Él aparece ataviado con unos vaqueros viejos pero que le sientan al dedillo; ya se sabe lo que pasa con esas prendas milenarias, que uno guarda en el armario porque son como una segunda piel o porque son la mejor fotografía de momentos especiales...como el que se avecina.

No me pregunta nada. Sus ojos pardos se limitan a escudriñarme como si fueran los de un ávido felino y me indica con los brazos que pase a la habitación.

El escenario no podría ser más tentador: velas aromáticas y luz tenue; en el suelo un barreño lleno de agua templada y rodajas de limón. De pronto, Erik Satie comienza a susurrarme sus Gimnopédies al oído. Cierro los ojos. Al instante, unas manos me agarran de los hombros y suavemente me invitan a que me siente en la cama: lo hago.

Me descalza con cuidado, como si mis pies fueran de porcelana china. Los introduce en el barreño.

Escucho como se va y regresa. Siento un apetitoso olor; abro los ojos: trozos de queso provolone con paté fundido; mis pies salen del agua. Degusto las sabrosas piezas en mi boca, mientras mi adorador corta y lima mis uñas. Después pone en mi piel crema hidratante y me regala un masaje tan exquisito como el queso.

Ahora coloca unas almohadillas entre mis dedos; siento como el olor de la laca de uñas se mezcla con el del paté.

Mis pies han quedado relajados y estéticamente perfectos. Parezco una mujer nueva, renovada. Siento unas ganas tremendas de darle las gracias... a mi manera.

- Desabrocha el botón y baja la cremallera...

Descubro divertida, que debajo de la tela vaquera no hay ninguna otra de algodón, sino de vello y cuerpos cavernosos henchidos.

Abrazo su sexo con mis pies y comienzo a masturbarle. Disfruto de su pene tanto como de la sesión de masaje: lo acaricio con las plantas, lo repaso con mis dedos, lo estrujo suavemente...una cascada de maravillosas y perversas sensaciones. Tan perversas como los gestos de mi cara ahora: me muerdo los labios, entrecierro mis ojos...

- Voy a correrme...

Retiro rápidamente mis pies. Estoy agradecida, pero no tanto como para que me estropee la pedicura. Ahí está; justo como le quiero tener: a mis pies, sentado en el suelo a medio desvestir y con los vaqueros manchados de semen.

Justo como le quiero tener: complacido de complacerme.

La habitación huele a excitación y a plenitud...y a menta y pétalos de rosas.

1 comentario:

Fernanda dijo...

Qué razón tienes, dama, en días donde todo se te viene encima, no hay nada como que te mimen.

Y como a ellos les encanta, habrá que aprovecharse, digo yo ;-)