miércoles, 13 de agosto de 2008

Lazo verde: Los DDC (Días de Dedicación Completa)

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Como hombre entregado que soy, procuro hacerle la vida a mi dama más dichosa, agradable y llevadera. Este principio ha de sustanciarse en un ejercicio cotidiano, lleno de matices y gustosos deberes. Quien haya leído otras entradas de este blog, sabrá que entre ellos están las tareas domésticas, los masajes, el cuidado de su cuerpo… Experiencias maravillosas, que hacen del día a día –y la noche a noche-, un universo mil veces feliz para ambos.


Lo anteriormente expuesto, no quita que se presenten ocasiones en que hay que prestar una especial atención y disposición en todo lo que atañe a sus asuntos. Son días en los que hay que renunciar a cualquier obligación que tengamos: hemos de dedicárselos exclusivamente a ella, desde el primer al último minuto. Son los Días de Dedicación Completa, los DDC.

Habitualmente, los DDC son jornadas agotadoras, en las que rara vez veo a mi dama. Suelen surgir cuando a ella se le plantea la disyuntiva entre la necesidad de hacer cosas y la oportunidad de ocio, entre atender obligaciones o disfrutar de diversiones. En momentos así, la adoración es un regalo para ella: si no estuviera yo, tendría que renunciar a pasar un día agradable.


Por otro lado, los DDC no nacen, se hacen. Suelen principiar en una cena que esa noche ha decidido celebrar con sus amigas en la casa, de la cual soy el encargado de preparar para luego marcharme discretamente “por ahí”, y quedarme esperando un mensaje al móvil para volver, recoger la casa y fregar los platos mientras ella se toma una copita “por ahí”… o con una escapada de fin de semana con estas amigas o con otras, para la que tengo que reservar hotel, planificar la ruta y prepararle la maleta; a partir de ahí, se van acumulando tareas varias, que pueden ser hogareñas –aprovecha cariño que no voy a estar en casa para limpiar a fondo la cocina, limpiar el trastero, lustrar mis zapatos o pintar la habitación-, o exteriores, como gestionar papeleos, recoger prendas en la tintorería o pagarle la cuota del gimnasio; muchas veces, se combinan de ambos tipos.


El nivel de exigencia va subiendo, y es en los DCC donde se manifiesta -de modo más evidente que con cien latigazos-, el inmenso placer que una mujer obtiene mediante la dominación. Primero, por el contraste que conlleva estar atareado hasta el infinito mientras ella disfruta despreocupada; segundo, porque cada vez me exige más y más, hasta encontrar verdadero goce en tenerme pendiente todo el rato de sus deseos, caprichos y órdenes, y finalmente, porque no hay ninguna connotación erótica o sexual –al menos, para ella-, en que cumpla con exactitud sus indicaciones, si no simplemente un purísimo deseo de ser servida hasta la extenuación y un poco más allá.


Dedícate a mí que yo voy a divertirme: este planteamiento es la base de los DDC. El placer de complacerla y de ser complacida, la afirmación práctica, veraz y realista de la dominación femenina, la excitación de servir de modo absoluto, sin pedir nada a cambio… Y un lazo verde que te recuerda constantemente tu entrega, mientras ella se olvida de todas las preocupaciones gracias a ti.

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