viernes, 29 de agosto de 2008

Un millón de círculos

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Cuando apretara el botón, todo iba a cambiar. Mientras dirigía su dedo hacia el teclado, la Primera recordó cómo empezó la Idea.

Le acababan de despedir del trabajo, y a sus casi cuarenta años, le iba a ser complicado encontrar otro; no tenía muchos contactos, ni era especialmente inteligente ni hermosa. Era una mujer normal, en un mundo hecho por y para el hombre. Sólo una mujer en su situación podría entender la inmensa frustación de tener que sobrevivir en una sociedad cada vez más torpe e ineficiente. Las mujeres como ella no tenían muchas salidas, y se encontraban en un círculo del que no podrían salir.

Ése fue el germen de la Idea: el círculo. Había muchas mujeres insatisfechas, inquietas y malhumoradas, pendientes de las decisiones de los hombres. A veces, se reunían de forma casi inconsciente, y se despachaban de lo lindo sobre cómo estaba todo montado. Bien, eso tenía que acabarse, y el mejor modo era dejar de lamentarse y comenzar a actuar, creando círculos de mujeres que, poco a poco, arrebataran el poder a los hombres. Para ser operativos, estos círculos tendrían que ser de tres mujeres y un hombre; tres mujeres para sentirse en mayoría, unidas y seguras, y un hombre que se reuniera con ellas y aprendiera a respetarlas, servirlas y complacerlas. Quedarían una vez a la semana los cuatro, y discutirían el mejor modo de lograr la primacía femenina.

No había que olvidar el lado práctico: cada mes, el hombre atendería durante una semana a una de las mujeres del círculo, haciendo las tareas domésticas, prodigándole masajes y caricias y cualquier otra cosa o capricho que la mujer precisara. Una semana al mes quedaría libre de compromisos: el tiempo justo para desear volver a servirlas de nuevo.

A su vez, cada mujer crearía dos círculos más, con lo cual, además de estar atendida tres semanas al mes, expandiría los círculos progresivamente. Si todo iba bien, en poco tiempo habría decenas, cientos y miles de círculos, imponiendo con firme suavidad una nueva era ¿El hombre iba a prestarse a todo esto? Que así fuera era imprescindible y absolutamente natural. Siempre había sabido que los hombres habían nacido para complacerlas, sólo había que enseñarles.

No le sorprendió que los círculos se extendieran con rapidez. Ahora, justo en el momento que va apretar el botón que enviará miles de mensajes, sonríe: es la contraseña, la palabra clave que llevan esperando millones de mujeres para iniciar la revolución. Nada podrá pararlas.

Ya pasó todo. Hoy, el Primero plancha con delicadeza su ropa, mientras ella está fuera del hogar, de fiesta con sus amigas.

Y sin embargo, tras tantos meses de preparación, todo depende tan sólo de apretar un botón. “Qué sencillo es todo” -se dice, sonriendo para sí-, “y que difícil nos parece hasta que lo hacemos”. Sin más, pulsa el intro, y en ese instante, la vida también sonríe.

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