sábado, 23 de agosto de 2008

De mini-vacaciones, órdenes y deseos

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Este fin de semana, mi dama se ha ido a una localidad costera del Levante, a pasar unos días en un apart-hotel con dos amigas. Tanto ella como yo, de vez en cuando, viajamos por nuestra cuenta. Pensamos que en una relación es sano tener cada uno su espacio, y la confianza mutua es fuerte y cómplice.

Cierto es que si yo salgo de viaje he de procurar dejarle hechas varias comidas, y que me esperan al llegar varios turnos de lavadora extra; del mismo modo, cuando es ella la que viaja, soy el encargado de hacerle la maleta, reservar el hotel y cuantas cosas hagan falta en su viaje, además de gozar de algunas tareas extraordinarias, como hacer una limpieza a fondo o pintar el piso: a ella le encanta encontrarse un cambio tras el viaje, y saber que me he ocupado en satisfacerla mientras ella se divierte.

En esta ocasión, no me ha dejado ninguna instrucción en especial; muchas veces es así. A ella no le gusta decir siquiera “hay que limpiar” si no que, cuando lo piense, ya me haya encargado yo de limpiar. Esto no quiere decir que siempre sea de la misma forma: cuando ella desea algo que yo no le ofrezco, simplemente lo pide. Sin distanciamiento, con cariño. Sabedora de que voy a hacer todo lo posible por llevarlo a cabo.

Porque no pensemos que se trata de adivinar sus deseos, ni de adelantarse a ellos: sencillamente, hay que cumplirlos. No importa que salgan de mí o de ella: una relación de dominación femenina se basa en satisfacer a la mujer, no en recibir sus órdenes. Estar todo el día dirigiendo la vida a un hombre es aburrido, recibir su entrega es cómodo, y es el confort de nuestra dama el premio que ansiamos obtener.

Por eso, un adorador que se precie, ha de ser un hombre activo y dispuesto, que parte siempre del principio que, cuantas menos órdenes, mejor. Y sobre todo, hemos de ofrecernos voluntarios, y desde nuestra libertad, ofrecernos; ella ha de ser consciente de nuestro placer en complacerla, que superamos barreras y convencionalismos con el feliz fin de hacerla dichosa, muy dichosa.

Esta forma de pensar hace subir enteros la complacencia de la mujer, a la par que la predispone a subir los niveles de exigencia. Esto es algo totalmente lógico: si ella ve que cumples con tus tareas y obligaciones de un modo natural, te recompensa demandando más compromiso y dedicación por tu parte. Sí, amigo, es la puerta del paraíso.

Poco a poco, va creciendo en ella el gusto por dominarte, por obtener del árbol de tu entrega los frutos de su bienestar... Y siempre quiere un poco más.

Y es que primero, la mujer prueba. Luego, comprueba lo agradable que es, y guía sabiamente tu adoración hacia ella, hasta que la relación de dominación femenina se naturaliza y sus deseos afloran con facilidad. A esas alturas, ya sabes que tu único deseo es amoldarse a los suyos, sin excusas ni retrasos: no recibes órdenes para cumplir, entregas deseos cumplidos.

Atrás quedan las órdenes, es la hora de la lluvia de deseos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Efectivamente, adorador, tienes toda la razón.
Hay muchos hombres deseosos de servirnas, pero pocos saben cómo hacerlo realmente bien, y tú eres uno de ellos.
¿No has pensado nunca en abrir una academia para adoradores? Muchas mujeres te estarían muy agradecidas.

Saludos, Silvie.

Anónimo dijo...

No conocía este blog, y me ha encantado; una visión de la Df práctica, realista y muy bien escrita.

A sus pies, Dama.